Este libro llegó a mis manos a mediados del año pasado por pura casualidad. Un amigo lo acababa de comprar porque se lo habían recomendado, así que no aguanté las ganas y se lo pedí prestado para hojearlo. Evidentemente me llamó la atención y me aventuré a leerlo, a pesar de sus casi 500 páginas. Claro que en la sola introducción, Jesús Isaías Gómez, se extiende cuidadosamente las casi primeras 200 páginas. Una introducción que vale la pena leer de principio a fin porque detalla sobre la vida y obra del autor. Y no se asusten por la extensión, si después de leer este post, creen que el libro puede llamarles la atención, entonces los invito a buscarlo en librerías, bibliotecas o pedírselo prestado a un amigo.
Por su nombre en español, ‘Un mundo feliz’, pareciera ser un libro que describe un mundo utópico, tan ideal y perfecto como improbable de encontrar en la realidad. Una sociedad donde sus habitantes son libres, estéticamente bellos, con actuaciones moralmente buenas, formados en una familia tradicional y con principios, donde el milagro de la vida se gesta desde el vientre de la madre. Un lugar donde reina la paz, la armonía y la justicia. Y aunque algunas de estas descripciones son ciertas, esta obra tiene un trasfondo muy serio que vale la pena conocer, pues nos anticipa a un futuro no muy lejano que estamos a punto de vivir, o peor aún, que hemos empezado a experimentar sin darnos cuenta. Un futuro que de a poquitos se nos ha vuelto ‘normal’ y estar en contra de él es casi un pecado mortal.
En 1932, año en el que se publicó por primera vez su novela futurista ‘Un mundo feliz’, Aldous Huxley ya imaginaba o más bien temía los daños que los avances tecnológicos y el sistema científico de castas podrían hacerle al ser humano. Avances que empezamos a ver quince años después de su muerte, en 1978, cuando nació Louise Brown, la primera bebé probeta del mundo.
Por eso, la temática que Aldous narra en su libro no es acerca de los avances tecnológicos en sí mismos, sino cómo y en qué sentido estos avances pueden afectar, modificar e incluso deshumanizar al hombre del futuro.
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La novela
En la novela encontramos personajes que facilmente están presentes en nuestra sociedad actual, incluso sus nombre fueron inspirados en personalidades que marcaron nuestra historia. Mustapha Mond debe su nombre a Mustapha Kemel Ataturk, primer presidente de la moderna república de Turquía y representa la racionalidad matemática del estado al que sigue ciegamente. Bernard Marx debe su nombre al padre del comunismo, Karl Marx y simboliza el conflicto entre la rebeldía y la cobardía. Lenina Crowne debe su nombre al primer dirigente de la Unión Soviética, Vladimir Lenin, y representa un modelo de mujer completamente desinhibido sexualmente. Helmhotz Watson, su nombre precede del fisiólogo alemán Herman Von Helmgoltz, y es el simbolismo de la fusión entre la inteligencia y la sensibilidad. John, El salvaje representa la fusión de dos conflictos, el moral y el social y posiblemente es el personaje más importante por ser el único civilizado emocionalmente. Linda simboliza la hipocresía del Estado Mundial. Y el DIC, Tomakin (Thomas) simboliza un vínculo esencialmente humano y que en esa sociedad es el peor de los crímenes: ser padre.
Como vez, la familia tradicional conformada por un padre y una madre no existe. Es más, nombrar esas palabras es realmente peligroso. Pues en esa sociedad el ser humano no nace, se decanta en frascos que son condicionados fisiológicamente, en función de la casta social a la que pertenecerá.
Los Alfas y los Betas son intelectuales, altos y guapos, además de ser los encargados de desempeñar funciones de alto nivel para el sostenimiento del estado, por ello reciben mejores cuidados y atención antes de salir del frasco. Los Gamas, los Deltas y los Epsilones son prácticamente infrahumanos, bajos, tontos y feos. Ocupan cargos de menor importancia.
En ‘Un mundo feliz’ la gente es aparentemente feliz y libre, no hay guerras ni pobreza, pero tampoco familia, derecho a la individualidad, libros, cultura, diversión ni historia.
Existe una felicidad sin sueños que solo puede vivirse colectivamente. A lo único que puede aspirar el ser humano individualmente se accede mediante las drogas y el sexo que siempre controla, diseña y dosifica el Estado Mundial.
Jesucristo ya no es un referente, el modelo a seguir es Henry Ford, porque el materialismo ha sustituido la espiritualidad y el hombre ha reemplazado a Dios. El domingo no existe sino el Día de Ford, ocasión para celebrar sus cantos de comunidad y servicios de solidaridad. Los asistentes comulgan tabletas de soma (la droga perfecta) y toman sorbos de helado de soma en lugar del vino consagrado como la sangre de Cristo.
Para muchos, esta novela puede ser un escándalo, pero para otros es un anticipo a nuestra futura realidad. Por eso vale la pena leer este libro, que termina siendo una reflexión muy fuerte para nuestras vidas.